jueves, 13 de diciembre de 2007

Carmen Miranda


Para 1948, Carmen Miranda llevaba casi una década en Estados Unidos. En ese período, había llegado a convertirse en la mujer mejor pagada del país, gracias a sus incursiones en la radio, el cine y el disco, además de sus celebradas presentaciones en teatros y clubes. ``La embajadora de la samba´´ tenía, con sus 39 años y recién casada, multitud de razones para estar dichosa. Pero esas razones eran casi las mismas que le producían una profunda inquietud.

Es cierto, era una celebridad. Había estampado sus manos en el cemento del Teatro Chino de Hollywood y para todo el mundo era ``The Brazilian Bombshell´´ (La bomba brasileña). Pero estaba también consciente del precio que tuvo que pagar: ser la latina colorinche, exótica, sonriente y abarrocada, que pese a haber dominado el inglés debía seguir hablándolo con un pesado acento carioca para despertar la sonrisa del estadounidense promedio. Que pese a su sensibilidad artística y a su interés por ampliar los horizontes profesionales, estaba atrapada en el cliché que la hizo triunfar.

Y así fue como, a mediados del año señalado, usó una actuación en Las Vegas para morder en público su rabia. Ataviada con un traje fucsia lleno de mostacillas resplandecientes, que destacaba sobre un fondo rojo y negro, pidió a sus músicos que dejaran de tocar, para sorpresa de una audiencia que hasta el minuto disfrutaba con temas como ``Mamá yo quiero´´ y ``Tico tico no fubá´´. Tras cavilar un par de segundos, e indicando el colorido sombrero que la coronaba, exclamó: ``¡Ah, ustedes no saben que me gano la vida gracias a todos estos plátanos! Sííí, pues… Es lo único que he hecho toda mi vida… ¡Mi negocio son los plátanos!´´ (Bananas is my business es, de hecho, el nombre de un documental sobre su vida, estrenado en 1995).

La gente reía. Y ella empezó a arrojarles sus pulseras y otros accesorios. Pasó poco rato, Carmen volvió a interrumpir la música e hizo lo impensable: se despojó bruscamente del turbante que cubría su cabeza y descubrió una cabellera teñida rubia, para callarles, según dijo, a los que decían que trataba de ocultar una calvicie. Tras los gritos de sorpresa del respetable cantó el último tema y se fue a su camerino.

Descrito en Las Noches de Carmen Miranda -de la escritora chilena Lucía Guerra-, el episodio grafica las luces y sombras de un personaje cuya complejidad aparece barrida de un plumazo por el ícono que hizo de sí misma, disperso a través del mundo gracias al éxito de la samba y a la omnipresencia de Hollywood.

Sombrerera con suerte

Maria do Carmo Miranda da Cunha nació el 9 de febrero de 1909 en Marco de Canavezes, pueblo rural del distrito portugués de Porto. Fue la segunda hija de doña María Emilia y don José María, quienes decidieron, poco después de bautizarla, que este último invertiría los modestos ahorros familiares para viajar de avanzada a Brasil y luego mandar a buscar a los suyos.

Se decía que la ex colonia rebozaba en riquezas para quien tuviera el tesón de explotarlas, y con esa idea se instalaron todos en Río de Janeiro, en 1911. Allí nacieron cuatro niños más, sin que la fortuna apareciera por ninguna parte. Con lo que don José María ganaba como peluquero no alcanzaba y las cosas apenas se compusieron cuando la familia se mudó a una casa más grande en el distrito de Lapa, barrio de marineros, borrachos y prostitutas. Allí recibían pensionistas, mientras Carmen asistía a la escuela de Santa Teresa.

Destacó en el coro, donde su reducida estatura la hacía ocupar el primer lugar de la fila. Pero más que de himnos religiosos, disfrutaba de la samba y del tango. Alumna competente, dejó antes de tiempo el colegio para ayudar económicamente a la familia. Su hermana mayor, Olinda, le enseñó costura y ella aplicó esos conocimientos mientras trabajaba en una tienda de sombreros y luego en una de corbatas. En esta última conoció a Mario, su primer novio, quien la pidió en matrimonio.

La idea de Carmen era hacer sombreros y ahorrar para casarse con Mario. Pero la plata llegó antes y en cantidades mayores de lo esperado…, aunque el matrimonio jamás tuvo lugar.

Conocida por sus dotes vocales, ``Carminha´´ era invitada frecuente a las fiestas del barrio, en una de las
cuales fue ``descubierta´´ por un diputado bahiano, quien la recomendó al músico y compositor Josué de Barros.

Tras cinco meses de lecciones por parte de Barros, llegó la grabación de un single. Para que su estricto padre no se enterara, quedó eliminado el ``da Cunha´´ y de ahí en más sólo se hablaría de Carmen Miranda. Pese a la molestia inicial, el estricto don José María llegaría a convertirse en su manager. A comienzos de la década del ’30, el tercer single grabado por Carmen para RCA Victor (la marcha ``Pra voce gostar de mim´´) vendió la cifra record de 36 mil unidades. De la noche a la mañana, había nacido una celebridad.

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